Luciana Aymar surgió en el Club Atlético Fisherton y en 10 años se convirtió en la mejor del mundo. Una jugadora como cualquier otra, que se sacrificó un montón para crecer en el Hockey. Porque siempre tenemos algo que aprender de Aymar, reproducimos una entrevista que dio al diario la Nación de Argentina donde revisó su carrera y su gran año 2010
En la fiesta de los premios Olimpia, te retiraste con cuatro guardaespaldas; Maradona y Vilas te aplaudieron de pie; estabas vestida como si fueras una actriz. ¿Hasta dónde crees que llegaste?
Todo esto que me pasa es rarísimo. Cuando tenía 17 años y empezaba a viajar de Rosario a Buenos Aires, los veía a Diego y a Guillermo, que eran tan importantes en el deporte como lo son ahora, y me parecía que ocupaban un lugar inalcanzable. Entonces, imaginaba: "Qué lindo sería estar en ese lugar, qué lindo ser ellos". Obviamente, en algún punto, decía: "Es imposible". Y más en un deporte como el hockey, que cuando lo empecé a practicar la gente no sabía de qué se trataba. Pero bueno, después de diez años, haber llegado a vivir este momento con los dos fue impresionante.
¿Venías tanteando desde chica la posibilidad de construir esta carrera en el hockey? Porque también habías empezado el profesorado de educación física.
Inconscientemente, siempre quise ser Maradona: tener su personalidad, ser distinta, transmitir lo que él transmitía en una cancha, captar el reconocimiento de la gente. Era cristalizar en el cuerpo de una mujer la imagen y la trayectoria de Diego. Claro que era un sueño totalmente utópico. Sí, sabía que, haciendo determinadas cosas, iba a poder conseguir lo que pretendía. Pero nunca pensé que iba a llegar hasta acá, sinceramente.
¿Cuánto hay de talento natural y cuánto de esfuerzo y superación?
Un 50 y un 50. Por suerte, tuve ambas cosas. Si me hubiera quedado solamente con el talento, habría sido una dotada que no se esforzó por encontrar cosas distintas en su manera de jugar. Muchas veces uno tiene miedo a los cambios, pero son importantes para seguir creciendo. Y por más que me hayan afectado mucho los diferentes rumbos que fueron guiando mi vida, como la mudanza a otras ciudades, o los traspasos a clubes extranjeros y locales, los acepté y seguí adelante. El talento estuvo desde la cuna porque sé que soy diferente del resto, pero siempre me autoexigí.
¿Por qué mostraste lo más brillante de tu repertorio a los 33 años, cuando suele ser una edad límite para la mayoría de los deportistas?
No sé si fue lo mejor. En realidad, son momentos diferentes. Porque en Perth 2002 quizás estaba en mejores condiciones que en Rosario 2010, pero jugaba distinto. Hoy, con la experiencia y la edad que tengo, sé manejar mucho mejor los tiempos que hace ocho años. En el Mundial de Australia, el físico me sobraba y podía correr por toda la cancha los 70 minutos. Ahora juego de manera más inteligente; no puedo agarrar la pelota en 25 yardas y llevarla hasta el arco rival. Primero, porque físicamente llego desgastada, y segundo, porque las marcas son mucho más asfixiantes. Antes lo podía hacer porque no era tan conocida y no me marcaban de a tres. Necesariamente tuve que cambiar y ahí se vieron los resultados.
¿Qué gesto de la gente común te llamó la atención en todo este tiempo?
Lo que más me sorprendió es que muchos se me acercaron para decirme que, gracias a las Leonas o a mi forma de jugar, salieron de una depresión. Situaciones raras. O que volvieron a hacer cosas de su vida que tenían pendientes, o que retomaron una relación con un familiar con el que estaban distanciados. Se ve que nuestro equipo llega emocionalmente al corazón, como si fuésemos una selección terapéutica. Muchas personas de todas las edades nos mandaron mails contando sus historias, revelando lo que les hicimos sentir en el Mundial de Rosario, y que incluso volvieron a emprender proyectos motivadas por nosotras. Tampoco puedo creer que hayamos convocado a 3000 personas en Quilmes, en el partido de exhibición que se organizó por Cami Dezzotti, que sufrió un accidente automovilístico yendo para Rosario. Ahí te das cuenta de la humanidad y el cariño de los fans.
Con esta notoriedad que alcanzaste, ¿te pesa ser Luciana Aymar?
No, para nada. Si digo algo que a la gente no le gusta, tiene que tratar de entender, porque detrás del personaje hay una persona. Vivo la vida como todos, intentando cuidarme porque soy una persona pública, pero también tengo una vida y muchas veces me toca estar mal. Me pasaba en el Mundial, que después de los partidos me buscaba todo tipo de público y no podía quedar bien con todo el mundo. Era imposible dejar satisfechos a todos y firmar los 15.000 autógrafos del estadio. Ahí es cuando la gente no entiende, pero la cuestión era estar descansada y totalmente enfocada en el Mundial. Si ellos te querían ver bien en una cancha, debían comprender que una también tenía sus tiempos y por ahí un día me levantaba con el pie izquierdo. Pero, por suerte, nadie me recriminó que tuviera mala onda ni nada.
¿Podrías tener un año mejor que éste en el aspecto deportivo?
Los Juegos Olímpicos 2012 me tientan, más pensando que falta sólo un año y medio. Sé que puedo armar un cronograma de entrenamientos para llegar bien. Pero mejorar el rendimiento del último Mundial es difícil. Si juego en Londres, no me voy a presionar con la idea de que sí o sí debo jugar mejor que en Rosario. Voy a dar lo que más pueda, y que salga como salga. Lo importante es que siempre elegiré defender la camiseta argentina. En cualquier contrato que haga, ese punto es inamovible; nunca se negocia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario